GONZÁLEZ RUIZ, MIGUEL ÁNGEL / BONET VERA, ENRIQUE
El escritor neoyorquino Washington Irving pasó varios meses en la ciudad de Granada, en el año l829, alojado en el palacio de la Alhambra. En aquella época el grandioso monumento árabe, hoy vigilado y protegido, estaba habitado por una variedad de personajes populares con los que Irving convivió e hizo amistad. Los relatos y tradiciones que escuchó de ellos, junto a otros diversos materiales y a una intensa inspiración romántica, le sirvieron de base para escribir sus Cuentos de la Alhambra.
Tiene dicha obra elementos de libro de viajes, de anecdotario, de diario personal, de descripción costumbrista e histórica, pero hay sobre todo siete leyendas en las que la magia y la imaginación brillan con especial esplendor y que constituyen lo que pudiéramos llamar el «corazón fantástico» del libro. Son narraciones llenas de aventuras, emoción, misterio y humor, donde se entrecruzan la ilusión y la realidad, lo maravilloso y lo cotidiano, el presente y el pasado. A través de ellas penetramos en fabulosos salones encantados o nos unimos al corro de los que cuentan cuentos de miedo alrededor de la hoguera, asistimos al baile de los vecinos en el valle del Darro o contemplamos a la fantasmagórica corte de Boabdil hechizada bajo la montaña, conocemos al soberbio monarca legendario y al alcalde ruin y avaricioso, al poderoso mago y al humilde jardinero, a la doncella ingenua y a la cautiva cristiana embrujada.
El escenario principal de la acción es siempre el conjunto de la Alhambra, a cuya belleza única se añade además la fascinación de convertirse aquí en un universo de tesoros ocultos por secretos sortilegios, de espíritus que surgen de las fuentes a medianoche, de fantasmas de princesas enamoradas que lloran su desventura en las torres bañadas por la luna, de soldados espectrales que montan guardia siglo tras siglo, o de monstruos como el caballo sin cabeza que se lanza a una galopada infernal al dar las doce de la noche en las tenebrosas arboledas.
Esos siete cuentos, sin duda los más atractivos para el joven lector, son los que hemos seleccionado en este libro. La adaptación literaria aligera el texto, con la finalidad de hacerlo más accesible al público a quien va dirigido, pero pone buen cuidado en respetar todo lo posible el estilo y conservar la mayoría de los matices que le dan su particular riqueza y personalidad. Como frutos de un trabajo de equipo, dibujos y fotografías se complementan con la escritura para realzar los momentos fundamentales de cada una de las historias, en los lugares concretos en que las concibió Washington Irving, las vivieron sus personajes y las recreamos hoy nosotros, afortunados lectores.