Dice la autora de este libro que no le resulta difícil imaginarse la vida en una teocracia fundamentalista. En uno de esos países donde, tras ganarle la guerra a la democracia, una dictadura militar ha dejado la imagen del mundo en manos de fanáticos, donde las mujeres están subordinadas legalmente al padre o al marido y se aterroriza a las niñas con la condenación eterna. Habrá quien crea que El cuento de la criada transcurre en un futuro distópico. Pero algo muy parecido ya sucedió en la España de Franco en la que se educó Amelia Valcárcel. Solo tras el terremoto que supuso mayo del 68, al final de aquel túnel que parecía interminable, donde incluso el cine apenas funcionaba como una breve evasión controlada y censurada, la luz del feminismo irrumpió como lo que es, una teoría de la justicia. Pero no era un feminismo de lecturas, sino de vivencias. Primero fueron la rabia y el coraje, la formación llegó después. Con todo en contra, varias generaciones de mujeres empezaron a basar sus proyectos vitales en el saber, pero ya no en aquel que debía servirles exclusivamente para dar conversación a sus marido